PIQUES A CABALLO EN LOS AÑOS 60
Por: Ricardo Carvajal
Abril de 2019
Por: Ricardo Carvajal
Abril de 2019
Con el
gran desplazamiento de campesinos expulsados por la Violencia de los años 50’,
Medellín empezó a mostrar una simpática mezcla de costumbres citadinas y campesinas:
una industria pujante y algunos bienes y servicios que se importaban de Europa
y Estados Unidos, contrastaba con las costumbres de los campesinos desplazados
que insistían en trasladarlas a su nuevo hogar en la ciudad. Por tanto era
común ver las calles de Medellín llenas de caballos de carga o simplemente
transportando la gente de cantinas en cantina para tomarse unos tragos. Este
tipo de actividad, aunque ya pertenecía a un pasado y era relegada por el auge
del transporte urbano, era común en los recién llegados campesinos que se
negaban a abandonarlas. Algunas personas de la ciudad también se sintieron
tentadas por volver a ese pasado no tan lejano y aprovecharon que tenían sus
fincas en las afueras de la misma o que tenían sus propias pesebreras donde
dejaban los caballos en la semana para luego, el fin de semana salir a
disfrutar. Ya en la década de los 70´s, los mafiosos se pavoneaban por las
heladerías de la ciudad, exhibiendo sus costosos y hermosos ejemplares
acompañados de sus intimidantes metralletas. En realidad, el caballo siempre ha
sido un protagonista en la vida de los colombianos pero sobretodo en Antioquia
ha formado parte de su cultura desde la época de la conquista y podríamos decir
que fue vital en la colonia. No solo fue utilizado este animal para faenas
agrícolas, ganaderas y como medio de transporte, sino que se comenzó a usar
para actividades deportivas y recreativas como las carreras, que tuvieron mucho
auge, luego de que en Argentina, se empezaron a trasmitir por radio para todo
el continente. Realmente allá se realizaban desde 1866 en el Hipódromo de Tandil. A partir de la
década del 40, en Colombia se construyeron algunos hipódromos como el de TECHO,
en Bogotá y LA FLORESTA y SAN FERNANDO en Medellín, éstos últimos con una
existencia corta.
Pero la
actividad hípica, continuaba, toda vez que las carreras eran trasmitidas por
radio y televisión y la gente seguía apostando a las “ Quinielas” y al “5y6”. Además era común ver
carreras de caballos en las propias calles de la ciudad, como si se tratara de
los “piques” que hoy realizan los muchachos en sus motos y carros, lo que
muestra que el gusto por la adrenalina no es exclusivo de las nuevas
generaciones. Más peligrosas aún resultaban las carreras de caballos, si tenemos en cuenta que los
jinetes casi siempre estaban en estado de embriaguez.
Recuerdo
muy especialmente una de esas carreras; yo tenía 10 años y una noche de Domingo
mi hermana mayor estaba en la acera de la casa conversando con su novio después
de salir de Misa; mi madre me pidió que los acompañara. Mi cuñado que era muy
buena gente, se puso a jugar conmigo en la calle, sin sospechar que a 100
metros de donde estábamos, mientras los caballos descansaban en las afueras de
la Heladería Covadonga, sus dueños, ya bebidos se aprestaban a jugarse la vida
en una loca e irresponsable carrera que los conduciría desde dicha heladería
hasta la Heladería Samuray, situada a uno mil metros de allí. Animados por otros que también departían en el
lugar, se montaron en sus bestias y con golpes de zurriago y de talones , arrancaron a
toda velocidad rumbo hacia donde estábamos.
Sólo
alcancé a ver el chispero que sacaban las herraduras contra el pavimento y un
ruido de galope que se hacía más fuerte a medida que se acercaba a nosotros.
Sentí que mi corazón también galopaba con ellos y que mi respiración se
paralizaba de momento, cuando mi cuñado me tomó del brazo y me empujó hasta la
acera donde mi hermana petrificada sólo atino a cubrirse la cara con sus manos.
Solo alcancé a ver el color de los caballos: uno blanco y el otro colorado. Cerré
los ojos cuando pasaron frente a nosotros pero al abrirlos el impacto fue peor:
cuando iban a cruzar la esquina, apareció un bus de la Floresta que iniciaba su
recorrido. Mi corazón se detuvo de nuevo
al ver que en una fracción de segundo tanto los caballos como los jinetes se
estrellaban contra el bus, quedando uno de los caballos tendido en el piso, al
igual que los dos jinetes quienes también murieron al instante. El otro caballo
alcanzó a correr unos cuantos metros antes de desplomarse. De la boca del caballo
Colorado, salió un humeante chorro de sangre que en unos minutos se convirtió en un pequeño
río que corría pegado al cordón de concreto que bordea la calle hasta que llegó
a la esquina de mi casa y pasó de largo, pintando de rojo lo que encontraba a
su paso. Quedamos completamente horrorizados. En un abrir y cerrar de ojos, el
gusto por la adrenalina había cobrado cuatro vidas más. Nunca supe los nombres
de los jinetes pero según dijeron, el ganador de la apuesta se ganaría una
botella de aguardiente
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