HIPÓDROMO
LA FLORESTA
Por: Ricardo Carvajal
Abril de 2019
En 1938,
el señor Luis Jaramillo Sierra, dueño de la hacienda La Floresta, que
comprendía en realidad gran parte de la America, Calasanz y Robledo, en un gesto de desprendimiento o tal vez con
una visión de negociante, le cedió a la Junta Municipal de Caminos de Medellín,
una franja de terreno desde la Calle San Juan hasta Robledo, para que
construyeran la Carrera 80. El Municipio ya adelantaba la construcción de la
Calle Colombia, por lo que la zona comenzaba a tomar otra forma, ya que en el sector de Otrabanda, había muy pocas casas
en esa época pero podía distinguirse la que llamaban “zona de Tolerancia
Palmitas” entre la que hoy es Cra. 70 y el Éxito de Colombia. Con las dos
avenidas (la 80 y Colombia) el desarrollo de la zona estaba asegurado, así que
el mismo señor Jaramillo Sierra comenzó la construcción del Hipódromo de La
Floresta en 1939, en el terreno que hoy ocupa el Colegio Calasanz, y que también era suyo. Luego se lo vendió a
la compañía “HIPÓDROMO DE LA FLORESTA LTDA” cuyos socios principales eran los
señores Jorge Luis Arango, Jorge Saldarriaga, Luis C. Ochoa, Cristóbal Isaza,
Antonio Sierra, Arturo Pérez, Paulino
Londoño y la señora Tití Sierra de Soto,
por la suma de $ 75.000. Eran en total 39 cuadras
El
hipódromo contaba con una pista de 1600 metros de largo por 16 de ancho y
estaba dotado con una tribuna para espectadores y otra más exclusiva o V.I.P,
llamada Club Hípico. Tenía además 90 pesebreras.
El domingo
22 de febrero de 1942 se inauguró con una reunión hípica en la que participaron
64 caballos. Además estuvo amenizada por una de las grandes orquestas de la
ciudad y contó con la asistencia de las principales personalidades de Medellín
invitadas por su gerente el Dr. Luis
Guillermo Echeverri. Pero antes de esta fecha, en el hipódromo ya se realizaban
carreras aunque más informales.
En Itagüí, donde hoy funciona la Central Mayorista, también fue
inaugurado por la misma fecha, el Hipódromo San Fernando, que recogía los
apostadores del poblado y el sur Del Valle de Aburra Las reuniones dominicales
siempre fueron un espectáculo amenizado por las mejores orquestas y al cual
asistían apostadores de todas partes y gente de la ciudad que simplemente iba a
divertirse con las carreras que eran bien emocionantes. La víspera de la
reunión hípica, los jinetes o jockeys, solían
reunirse en el “Bar Popular” de la
Floresta donde planeaban bien las carreras de tal modo que al día siguiente
resultaran ganadores ciertos caballos sobre los cuales ya se habían puesto de
acuerdo con los apostadores para que no se dieran sorpresas o “palos”.
Realmente las carreras se ganaban desde el sábado en “El Popular” pero los
ingenuos acudían a apostar al hipódromo el domingo. Luego de la Reunión Hípica, los apostadores y toda a la
gente de la hípica volvían al “Popular”
a emborracharse y a cobrar el producto de sus trampas. Algunos jinetes o
Jockeys fueron: El negro Piña y “Benitín” Pulgarín, famoso por los pandequesos
que hacía la familia. Uno de los apostadores más famosos en el hipódromo era
Hugo Acevedo; él recogía apuestas, pasaba datos que conseguía con los jockeys y
manipulaba la información para generar juego y por ende dinero. La gente
confiaba en él, a falta de una revista con verdadera información hípica.
El “café Oasis” de Julio Tabares ubicado en La Floresta, también se especializó en hípica, pero a éste
sólo acudían los liberales, mientras que los conservadores continuaban
reuniéndose en el “popular” y en los billares de la América. No fueron pocas
las peleas que se desataban entre los asistentes del “popular” y los del
“oasis”, por motivaciones políticas, ya que en esa época la violencia
partidista que se vivió tan duramente en el campo, también se trasladó a la
ciudad polarizando a sus habitantes y generando enemistades y hasta rupturas
familiares.
El Hipódromo la Floresta cerró sus puertas el 7 de Agosto de 1945, luego de los destrozos provocados por la
afición al verse engañada en la séptima carrera en la que era favorito el
caballo “CORDONAZO” montado por julio Rodriguez. Inexplicablemente el caballo
se retrasó y perdió la carrera, lo que provocó la ira de los asistentes que
pedían anulación de la carrera.
Pero la fiebre por las carreras
de caballos duró muchos años más, al punto que se institucionalizaron apuestas
hípicas en los demás hipódromos como el de techo en Bogotá, (abierto en 1954) las cuales eran transmitidas en un principio
por la radio y luego por tv., siendo el narrador más escuchado, el Chileno
GonzaloAmor
El juego de apuestas más popular era el “5 y 6”, que se vendía en algunas tiendas de barrio
como “EL TIMÓN” en La Floresta. Allí llegaban las gentes del barrio a sellar su
formulario, con lo cual formalizaban su apuesta para el domingo siguiente,
eligiendo los que a su criterio, serían los caballos ganadores en cada una de las
6 carreras que se realizaban. Había un gran premio para quien acertaba los 6
caballos pero también lo había para quienes acertaran 5 y hasta ganaban los que
acertaban 4 caballos cuando nadie acertaba 6.
Otro juego de apuestas muy común entre las gentes era el de la
“QUINIELAS”.
El día domingo, en muchas cantinas y heladerías de la ciudad se improvisaban
puestos para vender “quinielas”, o apuestas de tipo informal o ilegal.
Básicamente consistía en que los apostadores, escogían al caballo de su
preferencia antes de cada carrera y lo registraban en pequeños talonarios al
estilo del “chance”. Minutos antes de la carrera se cerraban las apuestas y los
asistentes escuchaban la carrera por la radio mientras bebían trago. Los
ganadores cobraban al instante pero igual, el dinero ganado casi siempre
terminaba apostado en la carrera siguiente, o consumido en generosas dosis de
licor compartido por todos los asistentes.
Gustaban tanto las carreras de caballos en Medellín, que incluso muchas de las personas que salían el domingo a tomar aguardiente en sus caballos, terminaban apostando peligrosas carreras por las calles de la ciudad.
Recorte de periódico de propiedad de Gustavo Ramírez |
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